La primera sorpresa fue la de los padres, familia no empresaria, y el lógico miedo a que descuidara los estudios. Las típicas llamadas de atención. “Al ser online no se ve físicamente el resultado y es lógico que mis padres se preocuparan, porque cuando me veían todo el día ante el ordenador no sabían si estaba trabajando o haciendo cualquier otra cosa”. Así empezó Marcos Mollá, Valencia, 21 años, cuando tenía 18. Primero creó un ecommerce para aprender a manejarse en la venta por internet, con una inversión inicial de 150 euros. No tenía stocks, vendía bajo demanda.
De la observación del mercado aprendió que muchas marcas de ropa se dedican al street wear -ropa informal, muy ancha, tendiente al chándal sin acabar de serlo- para la generación Z (los nacidos entre 1997 y 2012, entre los que él está) y se puso como objetivo que la gente de su edad vistiera un poco mejor. Y con esta idea fundó la marca de ropa Koopey Club, conocida hoy en las redes sociales como la rebeldía de la elegancia. Camisas y poleras de lino, algunas bermudas, algunos pantalones. Polos de manga larga. Alpargatas. Smart casual, precios contenidos, le han reprochado “lo fácil que es montar un negocio con la ayuda de tus padres” siendo esta insinuación completamente falsa.
Marcos invirtió 35.000 euros en Koopey Club y todo cuanto gana va de momento a reinversión. La marca ha tenido una fenomenal acogida, y el primer día, el pasado 25 de marzo, facturó 19.500 euros y antes de fin de año espera llegar a los 100.000. La idea de la rebeldía de la elegancia ha funcionado entre los jóvenes de su generación, que empiezan a ser sus clientes, aunque de momento buena parte de sus compradores son personas de más edad, más familiarizadas con el tipo de prendas que ha creado la marca.
Koopey Club ha encontrado un público que tenía ganas de que alguien les diera voz y reclamara este regreso a la elegancia. Hay un cierto cansancio de la dejadez, de lo ancho, que significa despreocupación, poca finura, no hacerse cargo de uno mismo y descuido en el trato con los demás. Hay un cansancio de lo desparramado, de igualar por bajo, y Marcos Mollá ha sabido detectarlo y ofrece un producto que no sólo es una camisa o un polo sino un modo de conducirse en la vida. El mismo modo que ha tenido él, que con el dinero ganado en su anterior empresa podía haber pagado la entrada de una casa o comprarse un coche o ir de vacaciones y lo que eligió fue fundar su actual empresa.
La ropa es importante pero lo que nos determina es el carácter, el esfuerzo, las buenas ideas bien trabajadas, y este chico a sus 21 años, con la excusa de estar estudiando ADE, se podría estar dedicando a asuntos mucho más vulgares, como salir y divertirse. La simple creación de Koopey Club es una victoria de la civilización sobre la barbarie, de los valores bien transmitidos de sus padres aunque se preocupen porque su hijo acabe la carrera y no se distraiga demasiado. Una carrera, por cierto, que es el tributo que Marcos Mollá tiene que pagar a un mundo demasiado pendiente de los títulos -que nada acreditan- y que tendría que vibrar más ante las demostraciones de constancia y de talento.
“La clave es que los clientes queden satisfechos y estén dispuestos a volver a comprar. En tan poco tiempo, entre un 15 y un 20% son recurrentes”. Marcos, que tiene su propia oficina pero vive aún con sus padres, espera corregir este año errores y desajustes para cerrar el año que viene con los primeros beneficios netos.