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Opinión Javier Ortega Figueiral

El eterno sueño del aeropuerto de Almería… y ahora llega el tren

Un avión de Jet2 en la plataforma de Almería. Esta compañía conecta directamente con tres aeropuertos del Reino Unido.

Tenía 26 años cuando aterricé en Almería por primera vez. Fue en un DC-9 de Aviaco, ¿recuerdan esa compañía de origen vasco, y luego eterna filial de Iberia? Era julio de 1998 y mi plan era asistir a un curso de verano de la Complutense. “Aeropuertos: técnica, gestión y entorno”.

Creí que sería una semana de números y pistas, aunque Almería tenía también otros planes. Descubrí las playas de Aguadulce, las tapas gratis con cada caña, las salinas y los paisajes salvajes de Cabo de Gata. Me enamoré de la vida de la capital. Aprendí mucho de aeropuertos… aunque disfruté intensa fuera de las aulas. Lo que iba a ser un viaje académico se convirtió en un flechazo con esta tierra. 

Hoy, casi 27 años después, escribo desde el Playazo de Vera, mirando el mar desde el Hotel Playavera, el único resort nudista de España. Me siento en casa, aunque si me pongo a hablar de Vera Playa, me pierdo, y ustedes, queridos lectores, están aquí para que les hable de aviación no de playas sin bañadores. 

Almería-El Alquián

Aquel aeropuerto que al que llegué en 1998 llevaba tres décadas funcionando y se acercaba al millón de pasajeros anual. Prometía brillar. Sin embargo, mientras Málaga ha pasado desde entonces de 9 a 25 millones de viajeros, Alicante de 6 a 16 y Sevilla de 2,2 a 9. Almería sigue soñando aun con llegar a ese millón. En 2024 cerró con 786.000 pasajeros, un 18% menos que en 2019, lejos de su pico de 1,2 millones en 2007. Con el AVE Murcia-Almería llegando en 2026, conectando Vera y la capital con Madrid en 3,5-4 horas, surge la pregunta: ¿despegará el aeropuerto o se quedará en tierra? 

El hall principal de Almería-El Alquián en un día tranquilo.

Un aeropuerto varado en el tiempo

La estacionalidad turística lastra a la instalación: el 87% de los pasajeros llega entre marzo y octubre, dejando una terminal casi desierta en invierno, algo cada vez menos frecuente en otros aeropuertos turísticos españoles. La conectividad también es un reto. La quiebra de Thomas Cook en 2019 restó miles de viajeros, y el tráfico internacional, centrado en Reino Unido, Bélgica y Holanda, cayó un 13,7% en 2024. Mientras Málaga ofrece 100 destinos, Almería ronda los 20, muchos no diarios. Málaga, a dos horas en coche, tienta con más vuelos y mejores precios. La pandemia golpeó duro, con una caída del 67% en 2020-2021, y Almería tiene la peor recuperación de España, con un 18% menos de pasajeros que en 2019, mientras otros aeropuertos ya superan esas cifras. 

El AVE: ¿aliado o rival?

La llegada del AVE es una buena noticia. Entre otras cosas, facilitará el acceso a Vera, cerca de Mojácar, un pueblo en tiempos soñó con ser la Ibiza peninsular, y atraerá turistas nacionales que elijan el tren por comodidad o sostenibilidad. Además, al ser una línea mixta, aliviará la logística agrícola. Por cierto, como a muchos, aún me cuesta no llamar “AVE” a lo que es una línea ferroviaria de alta velocidad de Adif (AVE es, estrictamente, una marca de Renfe). El tiempo dirá si Iryo, Ouigo, Avlo u otros servicios llegan a esta provincia. 

El ferrocarril impulsará hoteles y servicios, como el proyecto de Cosentino, que se aventura en el turismo de lujo con Hyatt. Esto podría atraer viajeros de alto standing y congresos, aunque también competirá con la línea aérea Almería-Madrid, operada por Air Nostrum bajo la marca Iberia, clave para los 440.287 pasajeros domésticos de 2024, incluidos los de la curiosa ruta Almería-Sevilla, única entre ciudades de una misma comunidad autónoma no insular. Por cierto, hace una década, en 2016, el tren ya superaba al avión en cuota en toda España (57,5% vs. 42,5%), y la estación de Vera podría desviar turistas costeros que hasta ahora llegan volando. Sin una estrategia clara, el aeropuerto corre riesgo de perder terreno. 

Un ATR72 de Air Nostrum en Almería, usado en los vuelos a Sevilla y Melilla.

Mientras escribo, miro y oigo el mar, las palmeras, la arena, y pienso: ¿hace falta más turismo aquí? Egoístamente, diría que no; me gusta este rincón tal como está, especialmente fuera de temporada. Cuando tengo pensamientos así, recuerdo a Tomás, un madrileño que vivía a caballo entre la capital de España y la isla El Hierro. En 2002, en la terraza del hotelito Punta Grande, charlábamos sobre un túnel que estaba por abrir y facilitaba la conexión entre Valverde y Frontera. Le dije que quizá la isla perdía autenticidad con su apertura. Tomás, con su mirada herreña, me corrigió: “Desde la península, puede que te parezca más genuino ver gente en burritos bajando por la ladera, pero tú te vas y nosotros nos quedamos. Esto es progreso, como cuando llegó el aeropuerto a la isla”. Su lección sobre evitar estas “miradas coloniales”, me marcó. 

Un plan para despegar

Almería no merece ser la eterna segundona de Andalucía. Su aeropuerto, con una pista de 3.200 metros, una terminal moderna y cerca de tesoros como Cabo de Gata, un desierto único, canteras impresionantes y una agricultura singular, cerca, tiene potencial. 

La terminal, desde el lado tierra, parece más pequeña de lo que es. Su diseño aprovecha el desnivel del terreno desde 1968.

Aena ya actúa, con incentivos para los aeropuertos con menos de 3 millones de pasajeros, que incluyen a Almería. Ofrece descuentos del 100% en tasas seguridad y PMR para pasajeros adicionales en 2025-2026, lo que implica un ahorro del 70% en costos operativos para las aerolíneas, aunque el resto depende de las empresas y autoridades locales: diversificar el turismo, recuperar mercados, quizá apostar por congresos y crear nuevas economías. 

El momento de Almería

Desde el Playazo de Vera, donde me escapo entre una y dos veces al año desde aquel extraño 2020 de tantas limitaciones viajeras, pienso en un aeropuerto a la altura de esta tierra que me ya enamoró en 1998. Almería, con su Cabo de Gata, sus spaghetti western, sus canteras y su tomate Raf, tiene todo para volar alto. Con el tren en camino, la provincia debe elegir: despegar o quedarse en tierra. Yo, que la llevo en el corazón, apuesto por lo primero. 

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