Lo que hace apenas una década era un debate marginal, el porcentaje del PIB que los países deben destinar a defensa, hoy se ha convertido en el eje central de la política de seguridad occidental. La OTAN, en un giro sin precedentes, ha empezado a presionar de forma más abierta y sistemática para que sus miembros eleven el gasto en defensa hasta el 5% del PIB. Una cifra que, en términos reales, supondría duplicar o incluso triplicar el presupuesto militar de varios países europeos.
Un salto de escala en el gasto militar
Durante años, el objetivo del 2% del PIB en defensa fue una línea roja simbólica que muchos países miembros de la OTAN evitaban cruzar. España, por ejemplo, apenas superaba el 1% hace una década. Sin embargo, con la guerra en Ucrania como telón de fondo, el discurso ha cambiado radicalmente. Ya no se habla de mínimos, sino de nuevos “techos de compromiso”.
El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha propuesto formalmente un plan que contempla el aumento del gasto en defensa al 3,5% del PIB exclusivamente para fines militares directos, y un 1,5% adicional para inversiones estratégicas en infraestructura e industria vinculadas a la seguridad. En total, un 5% del PIB por país, a alcanzar para 2032. Un umbral que no se veía ni siquiera durante las fases más intensas de la Guerra Fría.
¿Por qué ahora?
Este salto no responde únicamente a la situación en Ucrania, aunque sin duda la guerra con la Rusia ha sido el catalizador. La realidad es que el sistema geopolítico global está entrando en una fase de realineamiento profundo. La competencia con potencias como China, la creciente inestabilidad en el Sahel, el retroceso de la diplomacia como herramienta principal y el auge de la industria armamentística en el discurso político han ido empujando a los países hacia una mentalidad de “preparación constante”. La línea roja ya cruzada por Israel ha iniciado de algún modo un proceso de militarización en el que uno se siente en guerra sin estarlo realmente.
Estados Unidos, el mayor contribuyente militar de la OTAN, lleva años reclamando a sus aliados europeos un mayor esfuerzo presupuestario. Pero ahora el tono ha cambiado: ya no se pide, se exige. El embajador estadounidense ante la OTAN incluso señaló esta semana a países concretos, como España, por no estar a la altura de lo que considera un “compromiso real” con la defensa aliada.
Militarización como doctrina
El nuevo paradigma que plantea la OTAN no es sólo presupuestario, sino ideológico. Apostar por el 5% del PIB en gasto militar implica asumir que la vía militar será central en la política internacional de las próximas décadas. Este cambio de narrativa, de la contención a la confrontación, legitima la expansión de bases, la renovación de arsenales, el impulso de la industria de defensa y el despliegue de nuevas capacidades ofensivas.
Algunos líderes europeos, como la ministra española Margarita Robles, han intentado matizar el giro señalando la disposición de sus gobiernos a aumentar el gasto “si fuera necesario”, aunque subrayan la necesidad de preservar cierta flexibilidad nacional. Pero la dirección parece clara: la próxima cumbre de la OTAN en La Haya podría sellar formalmente un compromiso que dejaría atrás cualquier lógica de gasto limitado o proporcional.
¿Y el coste político y social?
El aumento masivo del gasto militar tendrá consecuencias. Invertir un 5% del PIB en defensa implicará redirigir recursos que podrían ir destinados a sanidad, educación o transición ecológica. En países con tensiones presupuestarias y elevado endeudamiento, esto no será un simple ajuste contable, sino un viraje de prioridades políticas.
Además, la apuesta por la militarización refuerza una lógica de bloques que podría dificultar aún más los esfuerzos diplomáticos a nivel global. Si el gasto militar se convierte en la vara de medir el compromiso internacional, otras formas de cooperación como la ayuda humanitaria o el apoyo al desarrollo corren el riesgo de ser marginadas.
La OTAN ha pasado de debatir cuánto es suficiente en defensa a marcar un nuevo estándar de gasto militar. El 5% del PIB no es solo una cifra: es una señal del tiempo que viene. Un tiempo en el que la política internacional parece resignarse a la confrontación, y en el que la militarización se presenta ya no como una excepción, sino como la nueva norma.