Vivimos en una era en la que las modas parecen dictar el destino de muchos sectores, y el emprendimiento no es una excepción. En la última década, hemos podido comprobar cómo conceptos como sostenibilidad, inteligencia artificial o blockchain emergían como las nuevas promesas, atrayendo la atención de inversores y generando una oleada de nuevas startups que buscaban capitalizar la tendencia. Sin embargo, este fenómeno de perseguir aquello que está en boca de todos puede convertirse en un salto al vacío tanto para emprendedores como para inversores.
El problema no radica en las tendencias en sí mismas, sino en cómo son entendidas y adoptadas. Los inversores, fascinados por la promesa de retornos rápidos, se lanzan hacia startups que operan en sectores en auge, poniendo en segundo plano criterios esenciales como la viabilidad del modelo de negocio, la experiencia del equipo fundador o el propósito real del proyecto. El resultado es una burbuja de expectativas que, tarde o temprano, puede terminar explotando.
Por otro lado, muchos emprendedores se dejan seducir por lo que está dominando el mercado en ese momento, adaptando sus proyectos a ‘lo popular’ del momento y sin llevar a cabo un análisis profundo previo. Transforman sus ideas originales en algo completamente distinto solo para encajar en la narrativa que parece estar en auge. Pero, ¿qué sucede cuando la moda cambia? Esos proyectos, que nacieron con la promesa de revolucionar, quedan rezagados y, en muchos casos, desaparecen.
La clave para superar este fenómeno está en la madurez. Madurez para entender que cada fase de un proyecto tiene su propia complejidad, su periodo de carencia y su curva de aprendizaje. Los emprendedores deben ser capaces de construir empresas que trasciendan las modas, desarrollando modelos de negocio sólidos y flexibles, que puedan adaptarse a las circunstancias sin perder su esencia. Los inversores, por su parte, deben aprender a mirar más allá de las etiquetas y centrarse en criterios de sostenibilidad ,y tamaño del mercado.
Una visión madura del emprendimiento también implica entender que el éxito no es lineal. Los proyectos pasan por etapas de crecimiento, ajuste y hasta retrocesos temporales. Pretender que un negocio crezca de manera constante es ignorar la realidad del mercado. Y, del mismo modo, pensar que una startup debe abandonar su propósito para ajustarse a la moda del momento es, sin duda, una receta para el fracaso.
El problema se agrava cuando las novedades no solo dictan las prioridades de inversión, sino que también influyen en la percepción del fracaso. En un entorno donde todo se mide por lo más novedoso, las startups que no logran adaptarse son rápidamente etiquetadas como fracasadas, ignorando que el aprendizaje y la resiliencia son esenciales para el crecimiento. Un revés no es un fin, es una parte natural del proceso.
El ecosistema emprendedor necesita comprender que lo que se etiqueta como ‘vanguardia’ es efímero, mientras que los proyectos sólidos son los que perduran. No se trata de evitar las tendencias, sino de saber integrarlas de manera coherente en modelos de negocio que ya tengan una base bien construida y planteada. Esto implica una visión a largo plazo, una estrategia clara y la capacidad de adaptarse sin perder el propósito.
Los inversores deben saber mirar siempre con perspectiva de futuro, entendiendo que las verdaderas oportunidades surgen de proyectos que resuelven problemas reales, más allá de modas pasajeras. Así, también los emprendedores deben reconocer que el éxito es un proceso de aprendizaje constante, donde la capacidad de adaptarse sin perder el propósito es fundamental.
Si el ecosistema emprendedor quiere madurar, debe aprender a ver más allá del brillo pasajero y comprometerse con el desarrollo de soluciones que realmente aporten valor. Solo entonces dejaremos de ver startups que nacen y mueren al ritmo de las tendencias, y comenzaremos a ver empresas que construyen futuro. Porque al final, el verdadero éxito no está en seguir la última moda, sino en construir algo que trascienda. Debemos dejar de pensar que el éxito es inmediato y comprender que las empresas que realmente dejan huella son aquellas que están dispuestas a crecer, aprender y evolucionar con el tiempo.